Estoy perezosa. Y no es extraño después del trajín del día de ayer. Lo pasamos con un grupo de amigos en Valls, centro productor por excelencia del calçot, reconocido con el sello de Indicación Geográfica Protegida. Para los que no sean de Cataluña y nunca hayan venido por aquí, diré que el producto en cuestión es una especie de cebolleta, que está en su punto entre enero y abril, se prepara a la brasa y se come acompañada de la salsa más famosa de Tarragona: el rico romesco.
Claro que, cuando uno se reúne con un grupo de amigos para la llamada calçotada, no se limita a comer las cebolletas. En esta ocasión, hemos elegido el restaurante Cal Ganxo, que ofrece un menú súper sencillo, hecho a la brasa de principio a fin, muy completo y representativo, creo, de la cocina rural catalana: calçots con la salsa romesco para empezar; a continuación, butifarras (frescas y negras) y chuletillas de cordero, guarnecidas con unas tiernas alubias blancas y unas excelentes alcachofas; y, de postre, crema catalana y naranjas. Todo, por supuesto, acompañado de vino, cava y café. No está mal.
El lugar, además, es muy curioso, porque se trata de una masía del siglo xviii, dedicada exclusivamente a este negocio, de noviembre a abril, y pare usted de contar. Ah, eso sí, quien quiera degustar los calçots en este lugar tan típico y tradicional deberá hacer la reserva con muchos meses de antelación. Nosotros ya la hemos hecho para el año que viene.
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