Esta madrugada se entregan los premios Óscar en Hollywood. No es que yo les tenga ninguna afición; pero, precisamente, una de las candidatas a obtener la estatuilla como mejor actriz es la protagonista de la última película que he visto: Natalie Portman en Cisne negro.
La película cuenta el camino lleno de dolor, miedo e inseguridad de una bailarina hacia lo sublime y la perfección en el arte, lo que no puede desembocar en otra cosa más que en la locura y la destrucción. Arte y locura se han dado la mano en numerosas ocasiones y, he aquí, una vez más. ¿Realidad o mito?
En mi opinión, Natalie Portman lo es todo en esta película, sin ánimo de menospreciar el trabajo de los demás actores (ni siquiera reconocí a Winona Ryder); por eso, creo que se merece los premios que le concedan sean los que fueren. Una estupenda actriz (no sé si también buena bailarina, porque lo desconozco todo de la técnica del ballet), cuyos rasgos ojerosos y enfermizos revelan desde el inicio el sufrimiento y la angustia que la obsesionan. Yo salí estremecida y triste del cine, preguntándome ¿hace falta sufrir tanto para estar a la altura del arte?
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